Por: Francisco Cruz Pascual, secretario de cultos de FP
Personalizar significa desarrollar un proceso de adaptación de la experiencia particular, a partir de datos específicos, es decir, su nombre y sus intereses (entre otros), que puedan aparecer dentro de la circunferencia del ego. En las lides políticas, es licito personalizar la comunicación, porque ella trabaja la incrementación del interés de los ciudadanos en una figura pública en particular. Se sabe que esta acción tiende a impulsar la percepción sobre una imagen, un discurso, unos propósitos o un programa. Cabe precisar, que esta es una acción populista de la cual no se debe abusar.
Es natural que la política tienda al populismo, como vicio del proceso. Pero, al ser asumida por determinadas personas que representan la supuesta unidad de múltiples personalidades e individuos socialmente activos, y que actúan en su nombre, este vicio debe asumirse sobre riesgos que afectan directamente a la calidad de la democracia. Sin duda alguna, la política es antropomórfica, porque la conducta impregna una acción humana natural, que debe ser llevada con el cuidado necesario, para darle un grado aceptable a la personalización del poder.
En el peligro de personalizar el poder podríamos encontrar, que esta práctica puede alcanzar extremos que desliguen las acciones que se realizan de la representación adjudicada por el soberano, a los lideres que desempeñan funciones públicas. Es que el liderazgo al que se le da licencia para ejercer poder, debe tener en cuenta que la delegación de autoridad, es dada por el votante en función a los intereses, ideales y posiciones ofrecidas en los programas o promesas y que estos hacen deslindes de sus propósitos con respectos a las actuaciones del liderazgo que ejerce poder. Entonces, si no se toma en cuenta esta cuestión, la política se degrada desde la fase de representación legitima, que tiene que rendir cuenta en forma transparente, a una fase de autoridad carismática, que pocas veces rinde cuenta.
Tengamos presente, que Max Weber a finales del siglo pasado describió tres tipos de formas legitima de dominación política, la legal, la tradicional y la carismática.
En el pasado reciente, el doctor Joaquín Balaguer ejerció una representación carismática, colocándose como un semidios que estaba por encima de todo cuestionamiento. Esta representación nace de la creencia de que el que lleva adelante el ejercicio del poder actúa no solo en la representación de sí mismo, autorizado por el voto popular para liderar, sino que, además, cuenta con una voluntad superior en la cual el que lidera es un intermediario legitimo para hacer el trabajo que supuestamente tiene como misión.
Es un supuesto religioso cimentado sobre el derecho divino que se ejerció en Europa sustentado en postulados que hacían del gobernante una especie de elegido por un ser superior para representar a su pueblo. Es importante aclarar, que después de esto (el carisma en tiempos y lugares seculares), sufrió transformaciones en su formas de representación carismáticas, las que tuvieron que ceder poder dentro de los limites del mismo, a carismas no religiosos como el ideológico y el personalista.
Cuando el personalismo político lograr un grado extremo, el líder que representa políticamente el poder, se convierte en el principal objeto de discusión. Lamentablemente, las circunstancias actuales de la nación dominicana, puede convertirse en caldo de cultivo para facilitar que el liderazgo gobernante se sienta atraído por alucinaciones provocadas por el poder sin antecedentes que le ha otorgado el voto popular, para caer en los excesos de la omnipotencia.
Considero que el curso del discurso que llevan los lideres que gobiernan en la actualidad el país, presentan vagamente estas posibilidades. Estamos en una etapa en la que el gobierno debe cuidarse de las emociones, para no caer en el abandono de la discusión reflexiva, y entonces entrar en una etapa de descalificaciones, ante las criticas y las posiciones políticas adversarias.
El país político debe cuidarse de los excesos en el uso de autoridad para sus múltiples acciones y facetas, porque en un tris, se pasa de una etapa de discusión, a una etapa de ofensas y acusaciones que dañan el proceso de fortalecimiento democrático que procura institucionalidad y legitimidad.
Es necesario evitar las secuelas del populismo sin control, evitar irresponsabilidades, porque existe un peligro permanente, cuyo principal riesgo es el deterioro de los procesos de consolidación del régimen democrático.
Cuidémonos de caer en riesgos de personalización del poder político, porque esto dañaría el proceso de fortalecimiento institucional que inició la República en 1978.