Geraldino González y su enseñanza

0

Por: José Rafael Lantigua, miembro Dirección Central

Errados andan los intelectuales que desdeñan el conocimiento de saberes que, tantas veces, consideran impropios para su condición, o innecesarios para los ejercicios propios de sus atenciones literarias.

Nadie, desde luego, está obligado a entrar en terrenos que estime no pertenecen a su laborío literario.  Es derecho de lector, sin duda alguna. Pero, el intelectual llamado a ser instructor de generaciones, albacea de la producción de ideas y receptor de los nutrientes que alimentan las inquietudes del saber, hacia cualquier dirección adonde este se conduzca, no debería nunca pasar por alto esa realidad literaria que se construye desde otras configuraciones del discernimiento y la creación intelectiva. El peritaje de la destreza de la razón, de la despierta soberanía del ingenio, de la sagaz inteligencia de la investigación, de la empinada viveza de la imaginación, es materia invariable de la hacienda intelectual.

Respeto a los especialistas, porque sin ellos y los temas específicos y únicos en los que cultivan sus campos de saber, no podríamos alcanzar el conocimiento de áreas, géneros, nombres y episodios de la labranza literaria. Se realizan maestrías en determinados autores y en libros, y ahí establecen sus andanzas. No más. Con tantos conocimientos diseminados y expresiones literarias variadas, resulta imposible pretender abarcar todo lo que se escribe y se examina. Tarea del intelectual pleno es, sin embargo, justo ésa: entrar a cada casa nueva que se construye, abrir puertas, no cerrar dominios. Crearse una cultura de saberes que les ayude a conocer mejor el mundo que le rodea. No el mundo geográfico, sino el mundo del conocimiento que viene de allá tantas veces, pero que también se genera en el acá, en la proximidad, en la vecindad donde habitamos.

Esa fue la gran diferencia que marcó en nuestra sociedad intelectual Marcio Veloz Maggiolo, suma de saberes que no manifestaba exclusivamente en sus libros o conferencias, sino en las tertulias abiertas y en las preguntas libres que, sobre tal o cual tema, se le consultaban. Bebí de ese manantial y se lo que digo. No posar la vista, aunque sea la vista, en cualquier expresión del intelecto y la creación, nos cierra la ventana de las ideas. Parece una perogrullada o una frase hueca. Sin embargo, no creo que lo sea. Independientemente de las hazañas del genio, del labrador o de la labrandera, que cultiva el campo o que trabaja en la costura del vestido de forma que parezca, y sea, ejemplar, inaudito, lo mismo vale la forja de quien se empeña en exponer la importancia de un saber que sirva al engranaje social y sus laberintos. Para mí casi es un axioma de vida. Creo en la diversidad del saber y en esa práctica me permito ser mejor habitante del conocimiento, con las obvias limitaciones que mi mente permite, con la impertinente desilusión de todo lo que no me resulta aprensible, de todo lo que mi pobre condición humana no me permite allegarme. Hijos somos de las limitaciones que nos impuso la vida y de las precariedades que acompañaron nuestra infancia. Todos dependemos de esto, para bien o para mal.

Debo a Geraldino González un conocimiento más cabal de mi país y el estímulo de haber producido en mí el interés de recorrer zonas de nuestro territorio que desconocía. Aún más. Le debo también haber aprendido a valorar más y mejor esta geografía en la que estamos insertados. Como a él, debo a otros haber conocido por sus investigaciones y preocupaciones intelectuales aspectos que, de no haber leído sus textos, probablemente hubiese pasado por alto. Y debo a algunos más, tal vez más de lo que puede retener mi memoria en este instante en que escribo, entender que la poesía o el relato, el ensayo o la crónica, son géneros que cuando se dispone de ellos a conciencia abierta, sin embozo ni diatriba, pueden servir de aprendizaje del ser humano y ser puentes de elevación y disfrute, como también de contrariedad y derrumbe, que con situaciones contradictorias es que se construye la vida.

Si el medioambiente y los recursos naturales que forman nuestro hábitat tienen una significación primordial en la vida humana y en la solidez del espacio donde nos cobijamos, lo aprendí de Geraldino González, más que de cualquier otro autor.  Tengo gran respeto por las batallas medioambientales y la prédica incesante en la defensa de los valores naturales de nuestra geografía de Luis Carvajal. O todo lo que nos mostró y sigue mostrando después de partir el genio fecundo de Félix Servio Ducoudray. De Al Gore a James Lovelock, de Rachel Carson a Greta Thunberg, descubro que la defensa de los recursos naturales y las advertencias ecológicas conforman un dietario imprescindible que todo hombre o mujer, sin importar que escriba o no, pero en especial quienes escriben, debemos atender para mantener en alerta la conciencia de defensa del legado patrimonial ensamblado desde tiempos remotos en la tierra que habitamos. Vivir de espaldas a esta realidad es poseer un déficit de atención que puede acogotar el alma.

Geraldino González fue un puente de enseñanza sobre esta materia de investigación, divulgación y aprendizaje desde los años 90 del siglo pasado y la primera década del siglo en que estamos. Nadie en la escuela me enseñó tanto como este periodista y escritor sobre las islas, cayos e islotes, o sobre los ríos y arroyos, o sobre las lagunas, humedales y lagos de la República Dominicana. Veces hubo en que anduve con uno de sus libros en mi auto, mientras decidía como destino conocer estas frondas de la naturaleza al recorrer el país. Pero, no fue esto solamente. Geraldino nos dijo la verdad de lo que acontecía. Nos mostró la riqueza de la geografía dominicana en los prodigios de la naturaleza que nos circunda, pero por igual, la pobreza humana que nos enseña cómo fueron desapareciendo nuestros ríos o como algunas de nuestras joyas naturales han sido diezmadas.

Ha sido persistente en su empeño investigativo, sin ser experto ni científico de alcurnia ni investigador de laboratorio. Su interés por estos temas ha surgido por su preocupación personal como un habitante del sur, donde como en las otras zonas del país la naturaleza ha sido violada; por el deseo propio de adicionar a su ejercicio periodístico habitual un interés especial por el medioambiente; y por ser un observador puntilloso de la riqueza natural dominicana. Bajo esas tres premisas ha construido una bibliografía que ha dejado una estela de enseñanzas puntuales y un aprendizaje de aspecto tan fundamental como nuestra cultura medioambiental, del que me declaro discípulo.

Cuando, de camino hacia el Cibao, observo al Camú y al Yuna sobreviviendo como la sombra de lo que fueron. Cuando veo el estado de deforestación de nuestros bosques perdidos. Cuando entiendo por qué esa deforestación ha afectado tanto a nuestras cuencas hidrográficas. Cuando aprendo que la búsqueda de riquezas bajo la tierra o las tierras «raras» que llaman ahora, anuncian un descalabro de la naturaleza dominicana. Cuando examino que la biodiversidad disminuye, que en la Confluencia de Jarabacoa confluye ya una corriente triste y sin fortaleza. Cada vez que monto un catamarán o un barquichuelo para rondar por los espacios marítimos que tanto temo, descubro que esa parte de la riqueza natural ha sido invadida por circunstancias adversas. Y recuerdo que todo lo aprendí de Geraldino González, quien por estos días está reeditando sus libros, como si pretendiese volver a enseñar lo que ya tiene tres decenios mostrándonos. Debieran ser libros de texto o de consulta obligada en nuestro sistema educativo. Geraldino, incisivo y perspicaz en el análisis de la realidad sociopolítica en los medios televisivos donde labora, es también un educador permanente sobre la geografía dominicana y su riqueza natural. El heredero de la investigación y la prédica que hizo historia de Eugenio Marcano, de Julio Cicero, de Idelisa Bonnelly de Calventi, y de otros que entregaron sus vidas al menester de la defensa de nuestro medio ambiente, de nuestros recursos naturales y de la ecología que va vertiéndose en cauces insensatos a medida que avanza la destrucción del paisaje y los cambios llegan, amenazantes, ante la indiferencia general y el tedio de las imposibilidades.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí