Por: Daris Javier Cuevas, miembro Dirección Central FP
Desde una panorámica socioeconómica encauzada hacia una política que procure la ordenación del futuro económico y de una mejor gobernanza, se requiere concebir una visión que sea aplicable a la concepción de una política de desarrollo conforme con las pretensiones del siglo XXI.
Para ser amigable esta visión se debe pensar en el respeto de los derechos humanos a escala planetaria, replantear el resguardo de la paz, la atenuación de la pobreza, mitigar el flagelo de la desigualdad y el exterminio del flagelo del hambre.
Recapacitar en la elaboración y ejecución de una política de desarrollo sugiere plantear la concertación entre los agentes activos del liderazgo económico, social y político, donde el núcleo ha de ser la presencia del Estado.
Obviamente, la misma ha de imaginarse mediante una colaboración pública para promover dicho desarrollo con vinculación de una eficaz política comercial y financiera que derribe y reoriente la escandalosa carrera de sobreendeudamiento público de las últimas tres décadas.
Aunque la figura del Estado ha sido reducida de una manera significativa, fruto del precipitado proceso económico que ha implicado el fenómeno de la globalización, lo cierto es que este está llamado a promover y vigorizar el marco normativo que ha de instituir las estructuras regulatorias e institucionales para que se produzca el salto hacia el progreso.
El detrimento de espacios del Estado, en un mundo globalizado, jamás significa que este ha entrado en una desaparición plena de la soberanía, pues cuando se trata de reducir la inequidad y promover el desarrollo, la mirada tiene que fijarse en la figura del Estado.
Todo Estado tiene características que lo hacen diferente ante los demás, esencialmente en esa diferencia es que reside la clave para impulsar una visión de política de desarrollo apoyada en la interconexión planetaria.
Lo que está ocurriendo en pleno siglo XXI es que asistimos a una indetenible globalización, con una apertura desbordada y una enorme desigualdad social y económica que, de cara al 2030, exige plantearse como objetivo fundamental disminuir el déficit de desarrollo humano a través de los componentes social, económico y buena gobernanza.
Los gobernantes del mundo en el siglo XXI conciben su rol con una visión cortoplacista y coyuntural para seguir abordando el complejo fenómeno de la globalización, ante un Estado que interviene cada vez menos en la economía.
Pues lo que se observa es que no se están analizando los condicionantes que puntean la economía y sus desafíos en el transcurrir del presente siglo, y que ya resultan insuficientes para indemnizar los grandes desafíos sociales y económicos que se están exhibiendo y que extenderán su profundización en el futuro inmediato con la vulnerabilidad económica global.
Las innovaciones que han producido el progreso tecnológico, la explosión demográfica, el cambio climático, la crisis de la crisis global y los desequilibrios económicos parecen ser tratados con timidez y poco sentido de su dimensión económica, social y político por los gobernantes.
La economía del siglo XXI jamás se debe exhibir como trofeo de campeón cuando ya se reconoce la envergadura del desequilibrio económico y la desigualdad global de una forma enormemente brutal.
En el siglo XXI se carece de seriedad al exhibir la mitigación, o erradicación, de la pobreza señalando la pobreza monetaria, obviando la pobreza multidimensional, cuando están presente las mismas tragedias, las mismas desesperanzas y las mismas penurias a escala planetaria, significando esto una derrota para los hacedores de políticas públicas y los gobernantes.
En adición, en la economía del siglo XXI, los países en desarrollo y los que están en vías de desarrollo están amenazados con dejar de ser los impulsores del crecimiento económico mundial en los próximos cinco años, si continúan gobernando con una visión cortoplacista.