Por: Malono Pichardo, miembro Dirección Política
El negocio automotriz en Alemania se derrumba; Volkswagen, en medio del proyecto europeo de emisión cero, no encuentra el camino tecnológico para competir con el eléctrico estadounidense Tesla ni con el chino de energía alternativa BYD que, por cierto, ha desplazado en venta al coche de factura americana, pues el asiático se ha convertido en el más demandado de acuerdo a la información firmada por Miguel Jiménez y servida el 2 de enero de este año por el diario El País, bajo el título “La china BYD supera a Tesla por primera vez en ventas de coches eléctricos”.
Pero volviendo a la antigua marca alemana, que se acerca a los 90 años de existencia, todo parece indicar que sus rezagos tecnológicos, conducen a la empresa a apuros financieros que plantean a sus accionistas el cierre de plantas y con ello la consecuente reducción del personal. Toyota (esta digresión es necesaria) que ha confrontado los mismos problemas para desarrollar con éxito un auto movido por energía alternativa se vio en la necesidad de llegar a un acuerdo de colaboración con BYD luego de sucesivos fracasos que llevaron a su «CEO» a declarar que los vehículos eléctricos no tenían futuro, derivando sus apuestas, sin avances considerables, hacia los complicados motores de hidrógeno.
Pues bien, las cadenas CNN (03/09/2024), Xinhua (02/09/2024), además de otros medios, dan cuenta de que el posible cierre de plantas en Alemania obedezca a los altos costos de producción, verdad que se añade al retraso tecnológico, pues resulta que luego de las sanciones occidentales a Rusia, que resultaron como un tiro en un pulmón para Europa, la principal economía europea comenzó a entrar en crisis y, siendo este país motor del resto de continente, la crisis se extendió hacia los 27. Y es que el petróleo y el gas suministrados a bajo costo por el país euroasiático fueron responsables del crecimiento de la industria alemana que, forzada, tras las sanciones, a consumir energía cara proveniente de los Estados Unidos, los costos de producción se dispararon, lo que condujo al País Motor a perder competitividad, realidad que aprovecharon sus ¿socios? del otro lado del Atlántico para impulsar políticas de incentivos fiscales a las empresas europeas ahogadas que quisieran instalarse en el norte de América.
Como vemos, la situación de la empresa automotriz alemana no es exclusiva de esta fábrica, es un asunto que se ha generalizado a todo el espectro industrial que se fue moviendo en cascada por todo el continente, afectando la economía que no sale de su estancamiento y que, curiosamente, se recuesta del menos industrializado -España- para seguir respirando con un solo pulmón a base del postre y el ocio que ofrecen los ibéricos para generar las divisas que se comenzaron a reducir cuando el liderazgo de la Unión, como es habitual, se dejó arrastrar de la política exterior del socio mayor, concebida bajo un esquema en cuya ecuación no caben los intereses europeos, a menos que éstos sirvan de alimento para dar más poder, más fuerza, más influencia al macho alfa, pues parten de la lógica del premier inglés Henry Temple quien sostenía que los ingleses no tienen aliados eternos ni enemigos perpetuos, sino intereses eternos y perpetuos, a los que están en el deber de vigilar.
Volkswagen es el espejo de la economía alemana, es el reflejo de la Unión; es también símil de Reino Unido y el resto del occidente político que se enfrenta a una realidad de pérdida de hegemonía que no se recupera a la vieja usanza: con ejércitos e imposición. Los países emergentes ganan espacios con la innovación, la cooperación y el beneficio mutuo al estilo chino, con las que amplían sus mercados e influencia.