El Estado espera que ese conocimiento que se adquiere sea pertinente, como para colocar a la persona en el camino de la utilidad social. De ahí, que educar implique el acompañamiento del conocimiento aprendido, por una diversidad de valores. Estos valores que deben acompañar las competencias adquiridas a través del conocimiento puntual, han de vivirse en disfrute de la cotidianidad de los días.
La idea es, que los educadores y los educandos aprendamos respetando a los otros, desde las vivencias del autorrespeto. Es indudable que el respeto a los demás proviene del autorrespeto. Por lo tanto, un individuo que no se respete, no posee capacidad para respetar a los demás.
Podría afirmarse, que ante el caos en que se vive hoy en día, la ciudadanía necesitaría regresar al estoicismo. Volver a aquella vieja filosofía creada por alguien que lo perdió todo en un naufragio hace más de dos mil años, y reaccionó con “cabeza fria y calmado ante el desafío de reiniciar desde cero”. Se trata de Zenón de Citio, en la antigua Fenicia, quien tres siglos antes de Cristo desarrollo este pensamiento.
Sobre esta vieja filosofía Enmanuel Kant ha considerado, que la misma, tiene como finalidad de las cosas, “apuntar a la perfección del buen vivir” y a fortalecer “la moral en el cumplimiento del deber cívico”.
La escuela tiene el deber de convertirse en fortaleza moral para que, desde ella, los actores básicos del sistema educativo puedan ayudar a los ciudadanos que viven en este acuciante presente de tanta incertidumbre, puedan abrevar de su fortaleza para levantarse cada día, listos al enfrentamiento con su realidad.
La gente necesita de un modelo escolar que influya desde su liderazgo para que la gente común pueda superar los desafíos que se le presenten.
La incertidumbre agobia al conglomerado, que se encuentra desprovisto de herramientas para enfrentarse con el futuro inmediato, en el que se vislumbra un mundo despiadado, alejado de la humanización que había construido una cultura sobre la compasión, la solidaridad y el compromiso social. ¡Todas las certezas se han desmoronado!
La fortaleza moral de la escuela ayuda a satisfacer necesidades de aliento, de esperanza y de fe en el porvenir de los ciudadanos, es por esa razón, que la sociedad necesita de una escuela fortalecida en la percepción de la ciudadanía, para poder exhibir una actitud de autocontrol, acompañada de resistencia a las pasiones que cargan los ciudadanos en sus intimidades.
Precisamos reaccionar con la debida entereza, orientando el dolor, controlando la alegría y manteniendo control a toda emoción humana, para alcanzar el necesario equilibrio emocional. ¡La depresión se apodera de nuestras familias!
La escuela necesita convertirse en una fortaleza moral, para desde esa posición cualitativa, lograr acercarse a la familia y a la comunidad para rescatar los valores con la finalidad de convertirlos en vivencias.