Por: Sonia Calderón
22 de julio 2024
Se acostumbra en todos los países donde impera la democracia que después de un proceso electoral, inicie un ciclo de análisis, reestructuración o reingeniería con el objetivo de corregir los errores y mejorar los aciertos, que es lo equivalente a una auditoría financiera en contabilidad. Desde luego, existen dos tipos de auditorías: una interna, con un auditor que manejan los ejecutivos de una dependencia y donde solo saldrán a relucir las fallas y errores que ellos quieran; y otra externa, con un auditor que no dependa de la entidad auditada y cuyos resultados serán los adecuados para sanear la misma.
Igual pasa en los partidos políticos, si se avocan a un proceso de revisión, mejoras, reestructuración y reingeniería, el mismo no puede ser llevado a cabo por los ejecutivos que ocasionaron o permitieron las fallas que queremos corregir. Así como existen firmas contables de renombre para las auditorías financieras, existen firmas de prestigio con sociólogos y politólogos con la calidad y capacidad para realizar un proceso imparcial, sin apasionamientos ni componendas, y trazar la línea a seguir a corto y mediano plazo.
Si en verdad se piensa en los partidos como un instrumento de desarrollo cuando nos paramos en la acera de enfrente y observamos las estructuras partidarias, es lo más parecido a la Policía Nacional, pues ambos están llenos de duplicidad de funciones: un grupo de generales sin tropas, muchas personas haciendo negocios y, peor aún, repartiendo rangos y organismos de dirección por parentesco, favores y amiguismo.
Los partidos llegarán a un punto en que habrá más dirigentes que dirigidos, más curas que feligreses, más bancos que ahorrantes y más pastores que ovejas. Pienso que la única forma de corregir eso es con la teoría de la pirámide invertida del teólogo Brasileño Leonardo Boff, en donde planteaba que la cúspide de la Iglesia Romana debía servirle a las bases y no al revés. Así que los que dirigen las organizaciones políticas deben ser facilitadores, estar al servicio de los militantes para darles informaciones claras y correctas, dejando de actuar como amo y señores con los súbditos de una monarquía en donde solo importa su oficio de esclavos y sus impuestos a la corona.
Entiendo que los partidos políticos en RD han hecho suyos los planteamientos de San Agustín en «La Ciudad de Dios» y Platón en «La República», que en resumen plantean que solo una casta predestinada nació para dirigir y gobernar. Estas teorías son la llamada democracia elitista del siglo XX y XXI, que fue atacada por expositores como Joseph A. Schumpeter y Carole Pateman, por considerarlo un peligro pues abre la puerta al totalitarismo, al contemplar los ejemplos de Venezuela, El Salvador y Nicaragua tenemos que aceptar que ambos tienen la razón.
Desde mi postura indocta, pienso que la democracia participativa sigue siendo el mejor modelo político, y si los partidos no la practican a lo interno, jamás podrán ejercerla desde el poder. Por lo tanto, toda auditoría política externa sin duda arrojará la necesidad de establecer los métodos correctos de participación, pues jamás será adecuado darle las llaves de las celdas a los reclusos, la dirección del hospital al dueño de la funeraria o la custodia de los ríos y bosques a los dueños de las granceras.